A la
recopilación de saberes campesinos en la estela de escritores clásicos como
Plinio el Viejo, Virgilio, Catón, Teofrasto, Varrón, el hispano-romano
Columela, Palladio o el más cercano en el tiempo Pietro Crescenti, Alonso de
Herrera añadió elaboradamente una nueva propuesta que arrumbaba viejos usos
rurales y algunas supersticiones, para incorporar conocimientos agropecuarios
innovadores, derivados de observaciones y prácticas empíricas casi idénticas a
las que científicos de las dos centurias posteriores desplegarían, ya como
tratadistas ilustrados.
La obra de
Herrera versa sobre la labranza del campo; las propiedades de las plantas,
particularmente los árboles y las rosas; el pastoreo; la crianza y
domesticación de animales, desde abejas a las aves de corral; la caza, los
alimentos y los frutales, así como nociones sobre medicina rural, de
veterinaria y de combate contra plagas; todo ello distribuido en seis libros,
divididos a su vez en 48 sustanciosos capítulos; a ellos se añaden útiles
calendarios de siembra y recolección por cada mes del año, además de
indicaciones prácticas sobre señales y previsiones de lluvia, viento, granizo,
hielo, turbiones y tempestades.La ciudad
madrileña de Alcalá de Henares incorpora a sus innumerables atributos
históricos el de haber sido, hace ahora cinco siglos, capital española del
saber campesino. Su flamante imprenta alumbró en 1513 la Agricultura general,
primer libro de trasunto netamente agrícola escrito en su totalidad en lengua
castellana.
En la feraz ribera hortelana del río Henares, el talaverano Gabriel Alonso de Herrera (1470-1539), hijo de agricultores toledanos acomodados, asistió a la publicación de su obra, considerada precursora de la moderna agricultura española. Aún hoy, algunos de los conocimientos aportados en este prodigioso libro son motivo de consulta por parte de jardineros, horticultores y también jóvenes ingenieros agrónomos.
Alternativa al latín
En la feraz ribera hortelana del río Henares, el talaverano Gabriel Alonso de Herrera (1470-1539), hijo de agricultores toledanos acomodados, asistió a la publicación de su obra, considerada precursora de la moderna agricultura española. Aún hoy, algunos de los conocimientos aportados en este prodigioso libro son motivo de consulta por parte de jardineros, horticultores y también jóvenes ingenieros agrónomos.
Alternativa al latín
A la rica
cosecha acopiada de conocimientos y prácticas, amén de su ordenada exposición
sistematizada, agregó Herrera el esfuerzo por trascender el latín, hasta
entonces vigente en todo tipo de escritura, así como la laboriosa ideación de
un lenguaje agrario propio y netamente castellano, con innovadoras propuestas
ensalzadas por Consolación Baranda, profesora de la Universidad Complutense.
Baranda resaltaba en un enjundioso artículo académico el carácter pionero en
Europa de la obra de Alonso de Herrera y remarcaba el perfil de los retos
lingüísticos e ideológicos que tuvo entonces que sortear.
Claro que el
tratadista talaverano contó con el apoyo irrestricto del franciscano cardenal
primado y arzobispo de Toledo, el madrileño de Torrelaguna, Gonzalo Ximénez de
Cisneros (1436-1517), regente y hombre fuerte de la política castellana de la
época, en los albores del siglo XVI. Cisneros, desde posiciones humanísticas,
quiso impulsar no sólo la lengua vernácula, castellana, como singular
contribución al Renacimiento pos-medieval de las Artes, sino también las
Ciencias en España, a la sazón potencia emergente con proyección mundial tras
el encuentro con América impulsado por Isabel I de Castilla y Fernando de
Aragón.
Un hermano
de Herrera, Hernando, también humanista de espíritu renacentista, sucedería a
Antonio de Nebrija en su cátedra universitaria de Gramática en Salamanca. Se ha
barajado la influencia que pudo tener el hermano gramático de Alonso a la hora
de ilustrar en el naciente castellano su “Agricultura general”. Por orden de
Cisneros, el libro sería distribuido gratuitamente entre los campesinos.
Secretos árabes
Otro de los
timbre de distinción que jalonan la ejecutoria científica de Alonso de Herrera
fue su propósito, consumado, de incorporar a la cultura agraria castellana los
conocimientos desarrollados durante siglos en la mitad meridional de España por
los campesinos musulmanes, sobre todo en lo concerniente a la horticultura. Así
lo destaca Luciano Labajos, jardinero de la Casa de Campo de Madrid y autor de
varios libros sobre jardines y horticultura, entre otros Jardinería
tradicional en Madrid, escrito en colaboración con Luis Ramón-Laca
(Ediciones La Librería, 2007). “Herrera marchó a Granada y allí extrajo
copiosos conocimientos de las artes seculares de los hortelanos y agricultores
andalusíes”, explica Labajos.
La
sofisticación y esmero de los agricultores árabes en el cuidado de huertos y
jardines impresionaron gratamente al talaverano, del que Labajos cree que
conocía las obras de Ibn Wafid (1080) y de Abu Zacaria, ya del siglo XIII. Si
bien Alonso de Herrera había crecido en la fértil vega del Tajo, donde sus
padres habían desarrollado una acomodada existencia gracias a las cosechas
cerealeras típicas de Castilla, pudo en Andalucía instruirse en las
sofisticadas técnicas del regadío empleadas por los avezados campesinos
moriscos. Con ello, sus conocimientos agrícolas se vieron complementados y
completados de una manera singular y única, ya que ningún país de Europa
occidental había contado en su suelo, con la excepción de España, con una
cultura rural alternativa tan rica y variada como la árabo-musulmana, inspirada
a su vez en la preconizada por los tratadistas clásicos romanos, traducidos por
los islámicos.
Gesta teórica
Según subrayó
el pensador Eloy Terrón en una edición crítica de 1996 de la obra de Herrera,
la aproximación de la metodología científica acometida por Herrera al estudio
del mundo rural constituyó, hace ahora 500 años, una gesta teórica de
extraordinario alcance. Y ello habida cuenta de que las condiciones tanto
sociales y económicas —generalmente adversas y arbitrarias— de la vida del
campesinado a la salida de la Edad Media, además de las pugnas castellanas
entre agricultores y ganaderos de la Mesta -casi siempre resueltas a favor de
estos- así como las determinaciones meteorológicas tan amenazantes en el día a
día de los campesinos y sus familias, aportó a la agricultura renacentista unas
dosis de racionalidad y de cientificidad muy necesarias para combatir la fatalidad
que en tantas ocasiones llevó al campesinado al hambre y a posiciones en
extremo conservadoras, signadas por la superstición o la superchería.
Raro era
entonces disociar del santoral religioso de la época la fecha para el comienzo
de una faena campesina. Aunque los vestigios de la superstición no
desaparecieron plenamente del texto de Alonso de Herrera, su tratamiento,
empirismo y metodología aplicados al estudio de la agricultura en España
configuraron una monumental contribución a la ciencia agrícola, a la
horticultura y la jardinería de su época y a las de los tiempos venideros.
En este año, varias instituciones y
municipios vinculados al tratadista talaverano barajan la financiación de actos
conmemorativos y nuevas ediciones de su escritura, que fue reimpresa en 1620,
1649, 1790 y 1818 —esta edición a cargo de la Real Sociedad Matritense de
Amigos del País— y en 1996 por el entonces Ministerio de Agricultura, entre
otras fechas. Todas ellas se vieron signadas por cinco centurias de sabiduría
campesina.
Rafael Fraguas - El País (Madrid)
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